¿Hay algo más reconfortante que un arroz caldoso hecho con mimo? Este plato llena la casa de olor a cocina de verdad, de las que se cuecen despacio y se disfrutan sin mirar el reloj. Es ese arroz que te hace sentir en casa aunque estés lejos: el grano tierno pero con cuerpo, nadando en un caldo sabroso que pide cuchara y un buen trozo de pan.
Piensa en una comida de domingo tranquila, conversación alrededor de la mesa y ese caldo que abraza. Cada cucharada trae un poco de verdura, el punto jugoso del pollo y un fondo de especias suaves que apetece repetir. Si buscas un plato de cuchara que reúna a todos y deje buena cara, este arroz caldoso es tu aliado.
Y si te quedas con ganas de seguir probando, echa un vistazo a este arroz caldoso de rape y langostinos o a este arroz caldoso con bogavante. Todos comparten lo mismo: ese sabor de hogar que nunca pasa de moda. Pero ahora ponte el delantal que vamos con este arroz caldoso.
Antes de encender el fuego, deja todo listo: limpia y trocea el pollo, corta los espárragos en trozos medianos, pica la cebolla, el pimiento rojo y los ajos, y ralla el tomate. Si vas a usar garbanzos en conserva, dales un enjuague rápido bajo el grifo. Así cuando empieces a cocinar, todo fluirá sin carreras.
Y si un día te apetece variar, prueba este arroz caldoso con costillas. Cambia el toque, pero sigue teniendo ese sabor de guiso casero que nunca falla.

Calienta un buen chorro de aceite de oliva virgen extra en una cazuela y añade los trozos de pollo con los ajos enteros. Déjalos dorar con calma, sin prisas, hasta que cojan ese colorcito tostado que huele a gloria. Luego los sacas y los reservas. Ya verás cómo el fondo que queda en la cazuela te servirá de base para todo el sabor que viene después.

En el mismo aceite, pon la cebolla, el pimiento y los espárragos. Deja que se pochen a fuego medio-bajo, removiendo de vez en cuando. No hay que correr: cuanto más se ablanden, más sabroso quedará el sofrito.

Cuando las verduras estén tiernas, incorpora el tomate rallado y deja que se reduzca. Espera a que pierda el agua y se quede concentrado, con ese color oscuro y olor dulce que anuncia un sofrito de los buenos.

Añade una cucharadita de pimentón y remueve rápido, sin distraerte, que el pimentón es delicado y se quema enseguida. Este toque le da un fondo ahumado que combina de maravilla con el caldo y el pollo.

Vuelve a poner el pollo dorado en la cazuela y suma los garbanzos cocidos. Remueve un poco para que se empapen del sofrito. Aquí ya empieza a oler a comida de domingo, de esas que invitan a abrir una botella de vino y dejar que el tiempo pase solo.

Vierte el caldo de pollo bien caliente y la infusión de azafrán. Sube el fuego hasta que rompa a hervir. Verás cómo el color se vuelve dorado y el aroma empieza a llenar la cocina. En este punto, ya vas bien encaminado.

Cuando el caldo esté hirviendo, añade el arroz Caldosos y Melosos La Fallera. Remueve un par de veces, con suavidad, para que el grano suelte lo justo de almidón y espese el caldo sin perder su forma. Este paso es el secreto del equilibrio entre sopa y arroz: ni seco ni aguado, justo en su punto.

Deja cocer durante unos 15 minutos a fuego medio, comprobando que el arroz esté tierno pero sin pasarse. Luego apaga el fuego y cúbrelo con un paño durante unos 5 minutos. Ese reposo final es lo que hace que el arroz se asiente y el caldo quede con cuerpo. Lo difícil será esperar para servirlo.

Este arroz caldoso es de esos platos que reconfortan de verdad: huele a casa, sabe a domingo y deja la sensación de haber comido algo hecho con cariño. Con ingredientes tan sencillos como pollo, verduras y un buen caldo, puedes preparar una receta sabrosa y de las que se disfrutan en familia, sin prisas. La clave está en no correr: mimar el sofrito, vigilar el punto del arroz y dejar que repose lo justo.
¿Te has quedado con ganas de más? Entonces anímate con este arroz caldoso de verduras si te apetece algo más ligero, o dale un toque marinero al menú con el arroz caldoso de marisco congelado. Con La Fallera, cada plato tiene ese punto casero que convierte una comida cualquiera en un recuerdo que se repite con gusto.